
Es pandemia y casi no hay nada para divertirse. Había mucho tiempo libre en esa época, pues las medidas para contener al virus eran algo extremas, y hasta cierto punto absurdas. Afortunadamente, encontré un buen lugar para pasar el rato durante el verano, poco antes de la salida de las vacunas. Me enteré de este lugar porque aquí trabajaba un buen amigo mexicano, era el cocinero y se la rifaba muy cabrón. Este restaurante-bar era dirigido por otro paisa, y se le ocurrió comenzar a vender cheve de nuestro país. No pasó mucho tiempo para que me convirtiera en un regular; las meseras ya sabían lo que iba a pedir. El spot era excelente, sobre todo cuando hacía calor. La idea era salir del instituto e irnos a pistear un rato a lado del río, casi como en Marburg.