Babette-Koch-Weg III

La dinámica en mi antiguo dormitorio era algo peculiar. Desde el primer día que llegué ya había gente en la salita cotorreando. Esto fue una constante durante los siguientes años; casi siempre se podía encontrar raza agarrando cura cuando abrías la puerta del depa. Esta bella costumbre se la atribuyo a uno de mis roommates que tenía su cuarto justo a un paso del área común. Para él, esto era una extensión de su recámara. Lo mismo aplicaba para la cocina, pero esto es otra historia. Al inicio creí que esto sería un problema a la larga, eso de siempre tener gente haciendo desmadre. Lo curioso es que me acostumbré rápido, aunque la verdad no me quedaba de otra. En cierto aspecto también era bueno, nunca estabas solo en casa (salvo en navidad y días similares). Así que, si te sentías con ganas de tirar la hueva o simplemente querías pasar el rato con alguien, había que salir de tu cuarto y acoplarte a la raza que ahí se encontraba. Claro que esto no era 24/7, pero sí algo muy recurrente durante la semana y muy seguro los fines de semana. Otra ventaja era que yo igual podía hacer fiesta sin que se quejaran de mi cochinero. Los únicos que se quejaban eran los de otros depas, principalmente los de abajo. Tuve suerte de que mi cuarto estuviera al final del pasillo, y que existiera una puerta que aislaba muy bien el sonido. De lo contrario, no estaría con una sonrisa contando todo esto. Lamentablemente esto se fue apagando, pues los roommates comenzaron a desalojar el depa (recuerden, éramos estudiantes con un tiempo finito para vivir ahí) y otros personajes con mejor paciencia ocuparon sus lugares. Al final, solo quedamos dos de los ruidosos. Le dije a mi amigo que me iría del flat en cuanto él se fuera también; ya no sería lo mismo, el espíritu fiestero moría con nuestra salida. Y así lo hicimos.

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