
En esta foto de hace diez años estoy pidiéndole el material para un experimento a nuestro querido amigo Fernando del almacén de física. Es bien sabido por los que me conocen que la parte experimental de la física nunca me ha atraído, incluso después de llevar diversos laboratorios durante la carrera y parte de la maestría. Tengo que admitir que, a pesar de esto, he tenido buenas memorias de algunos de estos cursos. Una de las que recuerdo ahora fue cuando por primera vez que me di cuenta de que las leyes de Newton funcionaban, esto durante el segundo o tercer experimento que hice y se trataba de lanzar verticalmente una canica con un pequeño cañón. Recuerdo que hice el cálculo de la trayectoria en papel y estimé la altura máxima a la que llegaría el objeto. Antes de que comenzáramos tomé una regla para medir dicha distancia y coloqué la palma de mi mano justo ahí. Le dije a mi amigo que disparara para ver hasta dónde llegaba; apenas rozó mi mano. No la detuve o hubiera sentido el golpe, fue apenas una caricia por parte de la canica. Mis estimaciones no siempre fueron acertadas. Por ejemplo, la vez en la que tratamos de calcular la aceleración de un cuerpo en caída libre sobre la Tierra. Los resultados que obteníamos eran comparables a los de la gravedad en Neptuno. El profe nos la perdonó porque los cronómetros que teníamos no eran muy buenos; se parecían a los que tienen los profes de educación física en la primaria. En fin, creo que la peor parte era a la hora de escribir el reporte. A nadie le gustaba hacerlo. No teníamos idea de cómo hacerlos por lo que nuestros escritos se hacían en Word con gráficas de Excel. Horrible. Durante la maestría fue diferente porque ya sabía que no quería dedicarme a esa o volver a hacer reportes de laboratorio. La cosa fue que no estaba enterado de esto y de lo feo que se iba a poner más adelante. Pero bueno, logramos sacar el trabajo adelante a pesar de todos los contratiempos e igual logré rescatar un par de buenos momentos de ese infierno.